miércoles, 17 de junio de 2020

Epidemias contemporáneas por Graciela Brodsky

Una epidemia supone una dimensión social del síntoma. El término viene del griego epidemos. Demos es el pueblo. Epi es algo que circula por el pueblo. En el diccionario, la epidemia se refiere a una aparición accidental de un gran número de casos, especialmente de una enfermedad contagiosa transmisible.
También a un aumento considerable del número de casos en una región dada, o en el seno de una colectividad. Con el tiempo, el origen normalmente infeccioso de la epidemia comenzó a aplicarse a la extensión de casos de cualquier enfermedad, y luego a la propagación de ciertos fenómenos. Por ejemplo, se habla de una epidemia de intoxicaciones; o de una epidemia de suicidios. Y es solo de manera figurada que se utiliza la palabra para referirse a algo que toca a un gran número de personas y se propaga; por ejemplo, “la horrible epidemia del fanatismo”.
Si una epidemia se convierte en permanente deja de serlo, solo lo es si tiene un origen accidental, imprevisto, o está localizada en un territorio, o tiene una frecuencia desmesurada. Apunta a lo que no es típico, es decir que, aun cuando la epidemia afecte a un tipo clínico más que a otro, hay una tensión entre el tipo y la epidemia, lo cual haría sospechar que mientras se habla de epidemia algo de lo pasajero está en el ambiente. En cambio, cuando se habla del tipo, no es así.
Hablar de epidemias, entonces, no va a conducirnos necesariamente al tipo clínico, pero tampoco hacia el sentido singular que tiene un síntoma para un sujeto, ni a la solución contingente que puede encontrar cada cual a su síntoma, o en su síntoma. Cuando hablamos de epidemias no estamos en el registro de lo singular, sino de lo que el síntoma puede tener de lazo social.
Lo interesante del tema es tener en cuenta que cuando decimos “el síntoma como lazo social” no estamos hablando de lo ya conocido, de la articulación del síntoma con el Otro, porque de eso partió la enseñanza de Lacan. La tesis que queremos explorar en cambio se refiera a las consecuencias que tiene la inexistencia del Otro para el lazo social: hay una antinomia entre el Otro y el lazo social, y es porque el Otro no existe que en ese vacío se coloca el lazo social. Tal como lo piensan J.-A. Miller y E. Laurent en El Otro que no existe y sus comités de ética (Paidós, Bs. As, 2001), el lazo social prolifera en el vacío mismo que abre la inexistencia del Otro.
Eso ya da una pista primera de lo que tenemos que agregarle a la definición estándar de epidemia: es contemporánea si se propaga allí donde el lazo social reemplaza al Otro que no existe.

El resorte de la epidemia para el psicoanálisis
Es necesario dar el nombre que conviene al resorte del contagio, y en psicoanálisis ese nombre es la identificación. Para Freud, lo que manda es la identificación, y la imitación, secundaria, se apropia de lo manifiesto, de lo aparente, de la gesticulación. Y si la imitación debe ser colocarla en el eje imaginario, la identificación en cambio es simbólica, busca apropiarse de un significante por no poder apropiarse de un enigma.
La epidemia histérica, por ejemplo, que interesó desde siempre a los analistas, más que un contagio o una imitación, es una rebelión contra el Otro en la medida en que este falla. El sujeto busca en el campo del Otro un significante –que se escribe S1– que le dé una respuesta a su falta de identidad: ¿quién soy? ¿qué soy? Así, la revuelta histérica clásica es contra el amo, en la medida en que éste no da el signifîcante que colme esa falta en ser, o mejor aún, en tanto pretende colmar esa falta con un signifîcante universal. Pero nada de esta clase de epidemia se sostiene si el Otro no existe. Es decir, si el lugar del Otro está ocupado por el amo, la histérica puede ir en contra, pero si el lugar del Otro está vacío, si el Otro se pluraliza, si es inconsistente, pura fachada, ¿qué queda de la epidemia clásica?
En “Una fantasía” (Lacaniana 3, EOL, agosto 2005), J.-A. Miller explica el mundo actual, el del postcapitalismo, el de la hipermodernidad, a partir del lugar de mando que ocupa el objeto a, que ya no es causa de deseo sino plus de goce. Lacan, en su momento, intentó formular “el mundo actual” a partir de la escritura del discurso capitalista. Pero tanto un intento como el otro desembocan en un punto similar: el sujeto solo. Anteriormente teníamos un sistema que funcionaba por la identificación,
pero la configuración actual de los discursos no solo no oponen el discurso del amo y el de la histeria, sino que ambos, el capitalista y el de la hipermodernidad, dejan al sujeto completamente solo.
¿Cuál es, entonces, el resorte de lo que podemos llamar epidemias actuales? Para ello necesitamos ver de qué manera esos seres completamente solos se unen, porque si no hay una conexión, no hay epidemia.

Identificación y nominación
Si bien hay momentos en los que Lacan explora el hecho de que el sujeto se hace un nombre propio por fuera del nombre que le viene del Otro, para lo que nos interesa –las epidemias contemporáneas y la clase de lazo social que podemos ubicar ahí– hay otra vertiente, según la cual el nombre viene del Otro. El neurótico como “un sin nombre” es una consecuencia de la metáfora paterna que deja al sujeto sin nombre, ya que lo que se nombra a partir de allí es el deseo de la madre. Pero hay otra dimensión que se puede encontrar en este registro del Nombre del Padre: que el nombre, además de introducir en un linaje designa el sexo. La clínica de la nominación es una clínica del atributo: tener un nombre, dar un nombre, recibir un nombre, rechazar un nombre.
Pero hay una segunda variante de esta clínica que retende reabsorber lo innombrable a través del ser: nombra el objeto que soy en el deseo del Otro. Es más bien una solución no atributiva que está en el centro de toda la cuestión del fantasma. Nada de esto nos aleja completamente de una clínica clásica donde ni el nombre ni el apellido, ni el sobrenombre, ni el insulto, ni el objeto, consiguen taponar ese vacío alrededor del cual se juega la identificación histérica. Es en el vacío que deja la nominación que viene del Otro donde hace pie la epidemia histérica clásica, o sea la que tiene por resorte la identificación.
Aquí cabe recordar que ya en “El malestar en la cultura” Freud señala que una consecuencia del predominio de la vida pulsional es que no haya lazo, y que ese es el estatuto propiamente humano: el lazo no existe y la cultura se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución. Su idea entonces es que el Otro de la cultura, el Otro de la civilización, contraría este aislamiento a través de la identificación. 
A través del Ideal –el que determina lo bueno y lo malo, lo prohibido y lo permitido– lo que se consigue es una identificación, y eso contrarresta lo que sería el estado natural, un estado –en
nuestros términos– autista del goce, que no tiene mucho que ver con el lazo con el Otro.
En “Una fantasía”, Miller formula la hipermodernidad de manera homóloga al discurso analítico: el lugar del amo está ocupado por un objeto a que manda gozar; en el lugar del saber coloca a la ciencia, y en el de la producción, el S1. Así, cuando se habla de la hipermodernidad como del ascenso al cenit social del objeto a con su imperativo de goce, esto va acompañado por la producción en masa de S1, pluralizados. Propongo que una de las maneras que adopta esta pluralización es lo que se podría llamar “un nombre para todo”, algo así como un fundamentalismo de la nominación. La máquina funciona, porque a medida que cada nombre deja al desnudo que eso falla, el consumo de S1 está asegurado. Es decir que una característica de la hipermodernidad no es solamente el consumo de gadgets, sino el consumo de S1. Esos nombres vienen de todos lados, pero predominantemente de la ciencia, o mejor dicho, del “océano de falsa ciencia”: ADD, TOC, y se podría seguir la lista.
De este modo no veo una declinación de la nominación, sino lo que llamaría un estallido, una pluralización de la nominación. Pero ¿qué clase de nominación es ésta que se esparce así? ¿En qué medida una nominación de esta clase identifica al sujeto? ¿Y qué clase de lazo social se establece entre los individuos así nominados?
En la clase del 19 de marzo de 1974 de su seminario “Los no incautos...”, Lacan dice que algo reemplaza a lo que antes se apoyaba en la dimensión de amor que suponía el Nombre del Padre, y que ese padre pensado en función del amor –primera identificación freudiana– está sustituido por una función que no es otra que la de nombrar para” (nommer à). “Ser nombrado para algo, he aquí lo que despunta en el orden que se ve efectivamente sustituir al Nombre del Padre”.
Y un poco después leemos: “Ser nombrado para algo, he aquí lo que en el punto de la historia en que nos hallamos, se prefiere (...) a lo que tiene que ver con el Nombre del Padre”; “... es curioso que aquí lo social predomine, y que literalmente produzca la trama de tantas existencias. Lo social es lo que detenta ese poder de ‘nombrar para’ a tal punto que después de todo, se restituye con ello un cierto orden, un orden que es de hierro...” –y termina– “acaso ese ‘nombrar para’ no es el signo de una degeneración catastrófica”.
Este es el párrafo que podría servir de orientación en el psicoanálisis para esta problemática de las nuevas epidemias. En el lugar de ese ideal del yo que está en el origen de la identificación y que produce un cierto ordenamiento de los goces, Lacan ubica ahora este “nombrar para” como la manera contemporánea mediante la que lo social restituye un orden de  hierro allí donde el Nombre del Padre perdió sus privilegios.
“Tener un nombre para todo”, como una de las facetas de “ser nombrado para” es, desde esta perspectiva, el reemplazo de la vieja identificación por la nominación en su dimensión de “degeneración catastrófica”.
Es un registro en el cual el nombre no pone un límite al goce, casi podría decirse que, por el contrario, lo difunde, le da un estatuto distinto al de la nominación como acotamiento, como orientación. En estos fenómenos contemporáneos, el nombre esparce el goce.
Para entender las consecuencias de esta sustitución del Nombre del Padre por el “ser nombrado para”, basta destacar que esta nominación produce una comunidad fundada en el hecho de compartir un nombre común, y que eso es exactamente lo contrario tanto del nombre propio como del hacerse un nombre a partir de lo más singular del síntoma.

Versión reducida de dos clases dictadas en la Ciudad de Córdoba en el marco de Epidemias actuales y angustia: la clínica psicoanalítica, Centro de Investigación y Estudios Clínicos (CIEC), Asociada al Instituto del Campo Freudiano, Córdoba, Colección Grulla, (2007).
Reducción del texto: Cecilia Rubinetti. Versión final: Alejandra Glaze.

2 comentarios:

  1. Muy interesante este recorrido de Graciela vinculando nominación y epidemua,gracias!

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  2. Si, es excelente, por eso nos parecio oportuno volver a publicarlo

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