Para situar en perspectiva el porvenir a partir del
pase, cabe recordar que este se efectivizó a partir de
la satisfacción alcanzada en el recorrido de un análisis, articulado al inconsciente transferencial. Y luego,
frente a la caída del Sujeto Supuesto Saber en relación con el analista de esa experiencia, se produjo la
decisión de hacer el pase en la Escuela; de situar a
partir de ese momento la relación al psicoanálisis y la
transferencia en la Escuela.
Así fue como en los primeros tiempos, el post-analítico
se orientó por la siguiente política del síntoma: prescindiendo del nombre del padre a condición de hacer
uso del mismo.
Años después, ese tratamiento de lo real por lo simbólico encontró su límite ante un acontecimiento traumático. El sufrimiento que este provocó, me precipitó nuevamente a consultar, pero sin saber en esos momentos
si significaría un consentimiento a otro análisis.
El trauma se presenta siempre implacable, sin sentido,
ineludible, porque concierne a lo más íntimo del sujeto,
aún cuando aparenta ser exterior.
Frente al trauma, la primera orientación partió de lo
que dejó como saldo el análisis, la formación analítica y
la práctica cotidiana. Este trípode enseña que el agujero traumático señala al sujeto que todo trauma por definición –para que sea tal– es interior/exterior, éxtimo.
Fue por la creencia en estas coordenadas que inmediatamente se buscaron los significantes de lo siniestro, es decir, de la extrañeza familiar –lo unheimlich
freudiano–.
El acontecimiento de goce puede tener
enigmas, incertidumbres, pero es el
saber alcanzado anteriormente lo que
hace decidir sobre las causas, buscar la
combinatoria significante para una nueva
salida, creer que esa contingencia tiene la
posibilidad de una nueva traducción.
En definitiva, si el trauma puede leerse, es porque él
mismo está ya inscripto en un proceso de escritura.
Así, ya no valía gritar-se “sobre lo injusto del mundo”,
ni sobre “la soledad a la que los otros te abandonan”, ni
desgarrarse por “La verdad”, ya no es tiempo de estas
demandas y quejas; las coordenadas de lo traumático
tienen otra relación con el sentido y el goce.
Se trataba de seguir un hilo, el que trazaba lo ominoso, la repetición: por un lado, la voz superyoica que
interpelaba al ser, por una “decisión”, por un “hacer”
que no se pudo evitar; por otro, la mirada fría, sin hendiduras, paralizante.
De este modo, lo traumático resulta ser la irrupción del
Un real que desborda en tanto exceso de goce la defensa del fantasma, y lleva al fracaso del síntoma, al
fracaso de la solución alcanzada.
Con respecto a la experiencia actual, frente al vacío y
la inquietante presencia del cuerpo, los S1 que posibilitaron la legibilidad de la ex-sistencia surgieron del
litoral entre saber y goce, ceñido en el anterior análisis y el pase.
En conexión, el “resto” que se transmitió en la hystoria del final, y que resultaba un punto de capitón para
esta, apareció ahora no sólo como una mirada hacia el
pasado, sino también como un hito del post-analítico.
Ya que desde ese “resto” se pasa a descubrir un porvenir con puntos suspensivos, según la temporalidad
que J. Lacan definía para el síntoma: el tiempo del
“futuro anterior”, lo que habré sido, para lo que estoy
llegando a ser.
Entonces, la vuelta al análisis es hacer posible la construcción de esa temporalidad. Encontrándome, en una
nueva torsión del tiempo de hacer-se al síntoma.
Dando un breve rodeo, en la época del individualismo
de masas, se sabe que el trauma es lo real que irrumpe
y desmorona el “imaginario de seguridad”. Forma narcisista del sujeto que se respalda hasta ese momento
en un fantasma cuya frase fundamental desconoce.
Desde esta perspectiva, de la
misma manera que el testimonio es “hystorización” y no autobiografía, el
tratamiento del trauma ahora no es
el mismo que el que hace trastabillar
a esos sujetos que descansan sobre
su fortaleza y autonomía yoica. Una
diferencia está en el saber ya alcanzado
sobre la gramática del fantasma.
Este hecho permite otro punto de partida en el momento del nuevo recorrido.
Así, en principio, la reconfiguración del fantasma permite ceñir, encontrar modalizaciones del objeto de un
modo que la angustia ya no tenga el peso del sufrimiento y que el cuerpo pierda su connotación mortífera.
Es que se conoce la forma del objeto, sus sonoridades,
su imaginarización, de ahí que hay un primer sentido
que se atrapa, sin pasar por series, por cadenas sintácticas muy largas.
Justamente es sobre este punto que quisiera detenerme
en una conferencia de J. A. Miller de 19931. En esa oportunidad en Málaga, subrayó que no sólo se necesita una
teoría de las series (0, 1, 2, 3, 4, etc.) sino también de una
teoría de las secuencias (0, 1, 0, 1) para explicar la lógica
del Todo y el No todo.
Así, el sentido de la serie hace al Todo, y en oposición
la teoría de las secuencias corresponde a la lógica del
No todo.
Siguiendo esta perspectiva, el primer tiempo de la salida del trauma precisa de un encuentro con un universo
del lenguaje, de un sentido que defina “totalidades”2.
Pero lo interesante es que al proseguirse en el recorrido de la serie aparece una secuencia que introduce un
límite, un agujero, y recién ahí tuve la certeza de estar
nuevamente en análisis.
Para ilustrarlo mejor, la serie responde a la lógica fálica, y Miller da el ejemplo de un sujeto al que se le ofrece una caja de chocolates, donde sabrá que de ahí sólo
se van a sacar chocolates. Luego, en algún momento el
Otro que le vendó los ojos y le hizo sacar eso va a reemplazar la caja de chocolates por una de caramelos, con
lo cual ya pueden aparecer ramificaciones diversas. Se
podría a partir de ahora sacar chocolates al infinito,
pero nunca estaremos seguros de que no se pueda en
el medio, ver aparecer un caramelo.
En conclusión, cualquiera sea la secuencia –bombones
o caramelos, o 0 y 1– puede sacarse 1 hasta el infinito,
pero nunca se puede estar seguro de que en el medio
no hay un cero. Con esta ley, entonces, no hay una única secuencia, sino una infinidad de posibles secuencias
diferentes porque cada vez puede ser uno u otro.
Por eso, no se puede hacer un todo, no se puede decidir que el conjunto de los 1 está cerrado: (1, 1, 1,... 0).
Se experimenta lo indecible, lo intotalizable, y se puede
permanecer en un infinito suspenso.
Con esta descripción, para ir concluyendo, me interesa mostrar cómo, a partir del acontecimiento de goce,
ocurre la inmersión en una nueva secuencia que llevaría a otra “hystorización” en relación con el No todo.
Comprobando con mayor claridad que el orden simbólico se introduce en secuencias, y si bien el fantasma
permite volver a un orden de las cosas, ya no tiene el
uso ni la pretensión de “totalizar”.
Por el contrario, esta experiencia de lo contingente devino en una “soltura” del fantasma. Dicha “soltura” implica un régimen que va mas allá del mismo pudiendo
sostener entre angustia y acontecimiento de cuerpo, la
presencia de la voz y la mirada en exceso.
Finalmente, este “saber hacer” tiene su correlato en la
clínica, en tanto el deseo del analista trata a su vez de
“causar” y dar paso en el analizante a “su” secuencia
sin ley.
1. Miller, J. A.: “Lógica de la cura y posición femenina”. En Introducción a la clínica
lacaniana, RBA libros, Barcelona, 2006, pp. 307-332.
2. Laurent, E.: Posiciones femeninas del ser, Tres Haches, Buenos Aires, 1999, pp.
136-138.